Desde la Vía Punkiri Chico no se ve. Imposible. Está bastante lejos de ella. En otra provincia además. Pero igual para allá vamos.
A la altura del kilómetro 288 de la Interoceánica Sur, en Madre de Dios, se ubica el centro poblado Santa Rosa. Desde allí una trocha en regular estado de unos 7 kilómetros nos lleva hasta la orilla del río Inambari. En la orilla hay un puerto fluvial desde donde parten, en continuo ida y vuelta, peque peques y barcazas más grandes para pasar al otro lado del río gente, mercadería y carga tan pesada como automóviles.
Tomó unos 5 minutos cruzar el río –cuesta 5 soles por persona-. Cuando fui era agosto y las aguas estaban baja, la corriente no jalaba mucho y el paseo no distó de ser una experiencia relajada. En época de lluvia, con el agua cayendo con furia y cargada de troncos desde las montañas cusqueñas, todo ha de ser muy distinto y emocionante.
Al llegar al otro lado me sorprendí al ver una multitud de station wagon blancas esperando clientes para taxear. O sea, uno comprende el statu quo de la vida en muchas zonas en Madre de Dios donde domina la actividad minera, pero esta orilla se supone que es la provincia del Manú, la misma que acoge el mítico Parque Nacional y Reserva de Biosfera del mismo nombre y uno guarda, aunque soterrada e inocentona, algo de esperanza de vivir esa idea romántica de la selva aislada y misteriosa.
Esos señores que juegan cartas sobre un capot marca Toyota se encargaron de echarme a perder bien rapidito la ilusión.
En fin.
Poner el pie sobre esta orilla significa estar en Punkiri Chico, objetivo de este breve viaje. Estoy acá porque hoy acompañamos al equipo del Proyecto Cacao de iSur, encabezado por el amigo Gastón Zapata, quienes han venido a hacer una actividad que será materia de otro post en este especial.
Punkiri Chico es un centro poblado formalmente reconocido desde hace trece años. Cuando llegué, 15 de agosto, se había celebrado el día anterior su aniversario. Un estrado que se usó para la fiesta y para elegir a Miss y Mister Punkiri Chico eran prueba irrefutable que en este lado del Inambari habían festejado y, además, bien.
El pueblo es básicamente una calle larga con casas de madera a los costados. La típica disposición estilo «lejano oeste» -disculpen lo alienado del ejemplo-. En todas las casas, creo casi sin excepción, hay negocios en la planta baja.
Restaurantes, tiendas de abarrotes, ferreterías, talleres mecánicos, peluquería, bazares, hotelitos de media estrella, etcétera. Es posible encontrar de todo en este lugar y más aún si está relacionado con la minería que tiene en la zona uno de sus epicentros. No en vano Punkiri se ubica en el tristemente famoso distrito minero de Hupetuhe en el corzón de Madre de Dios.
Justamente la importancia y crecimiento de esta localidad, que bajo otras circunstancias sería mucho menos activa, viene del hecho de ser una de las rutas de acceso para zonas mineras como las localidades de Delta y Colorado -siguen las referencias western-.
Este hecho motiva algunas estadísticas que rozan con lo increíble.
Por poner un ejemplo, a la salida del pueblo, mientras íbamos rumbo a una plantación de cacao, pude contar nada menos que 5 grifos. 5 Grifos grandes además. Todos destinados a abastecer la gran demanda por combustible producto de la actividad.
Para hacernos una idea de esa demanda, hagamos una comparación sin rigor académico pero práctica.
La avenida Benavides de la ciudad de Lima, una importante arteria de unas 40 cuadras –digamos entre 4 y 5 kilómetros- no tiene más de 5 estaciones de servicios. ¡Y por ahí pasan más de 100 mil vehículos por día!. O sea que saquen su línea de lo que se vive por acá.
Pero Punkiri es más que oro aluvial. Menos mal.
Salir del pueblo y visitar los alrededores muestra un paisaje básicamente agrícola. La carretera, que une con los pueblos mineros en cuestión, está rodeada de los cercos vivos de plantaciones de todo tipo. Nosotros fuimos aquel día a 3 dedicadas al cacao. Una muyy bonita experiencia.
Entre las que visitamos, una llamó sin duda mi atención y, creo yo, la de cualquier otro compañero casual de viaje.
Bajo un sol de canícula, entramos al terreno de Chanti.
Chanti, a secas, es un cajamarquino de 60 años que, después de recorrer todo el Perú en una vida azarosa y aventurera, se instaló en Colorado atraído por la minería. “En aquella época Punkiri no existía. Eran solo casitas” nos comenta.
Después de algunos años en la zona, Chanti -de Santiago- compró el terreno donde hoy vive cerca al pueblo, pues su sueño era dedicarse a la agricultura, una actividad que conecta con su historia familiar.
El sueño ya es una realidad y en su chacra se encuentra, bajo el sistema de agroforestería, una variedad impresionante de productos dentro de los cuales destaca el cacao.
La agroforestería es la técnica agrícola de cultivar bajo sombra, conservando así parte de la vegetación propia de la selva –aunque no nos confundamos, tampoco es que se conserve el bosque original, si no especies de menor altura-. Por eso, dentro de las muchas opciones agrícolas, la esta es considerada una de las más optimas a la hora de hacer un balance ambiental.
Chanti es miembro de la Asociación de Productores Agroforestales de Madre de Dios, lo que podemos tomar como un indicador que, lentamente, esta visión de agricultura va tomando fuerza en la Región. Y el cacao es sin duda parte de ella.
Sin embargo, honor a la verdad, no fueron ni su historia ni su chacra lo que más llamó la atención aquel día en sus predios. Quién tuvo ese honor fue Bebeee.
Bebeee –ese es su nombre- ha de ser la primera oveja adaptada el rigor térmico de la selva peruana. Y su historia es muy simpática.
En una visita de hace unos años a la fría Juliaca, Chanti se encontró con un pequeño carnero que, por algún y poco natural motivo, no era amamantado por su madre. Con un futuro poco promisorio como ese, Chanti le pidió a su compadre, que era el dueño, que se la regale. “Me la llevo a Punkiri le dije”. Y así fue.
Y ahí está Bebeee, resistiendo con dignidad y estoicismo los 34 grados que hace en un día cualquiera en Madre de Dios. Y sin haber sido trasquilada más que unas cuantas veces y de manera muy tosca además. O sea que con su tremenda chompa carga encima la pobre.
Cuando uno le pregunta a Chanti sobre el calor que ha de experimentar el pobre ovino, su respuesta es contundente. “Ya esta acostumbrada. Seguro que si la trasquilo se me muere”. y quien sabe.
Como dato curioso, contarles que Bebeee tiene complejo de perro pues son estos sus únicos amigos.
Regresando a Punkiri Chico por la tarde, y ya con el pueblo más despierto, queda claro que ya no es aquellas casitas que el amigo Chanti vio hace 15 años. Ahora tienen nido –el 347 Punkiri Chico-, colegio, centro recreacional y, si no vi mal, posta médica.
Es un pueblo activo donde, a pesar de la tremenda resaca que debían tener sus habitantes, me pude tomar de desayuno un potente caldo de gallinacortesía del buen Gastón -¡qué calor, pero qué rico estaba!-. Y su futuro no tiene por que ser el perpetuar la nociva actividad que lo marca en estos días.
Visitarlo es una experiencia que solo puedo haber vivido gracias al trabajo con iSur. No me imagino otro motivo para haber llegado hasta allí. Y por eso mismo puedo decir que un futuro diferente es posible.
Quizás es gente como Chanti la punta de un iceberg cacaotero o “agroforestero” que yace bajo las aguas un poco turbias del hoy.
-Beeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee…-
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