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Desde la Vía: Un magnate cuyero

Desde la vía… no, esta vez, no. Es al revés. Desde donde estamos la vía se ve. Pero se ve recontra lejos. Junto a ella se ve también un paisaje hermoso, donde los cerros cercanos ya no son mucho más elevados que nosotros y la vida, parece, se puede mezclar con lo apacible del panorama.

Hemos llegado hasta acá después de una media hora de viaje por una trocha que iniciaba en algún punto que desconozco de la carretera Interoceánica Sur a su paso por el distrito de Ccatcca.

Desconozco también el nombre del valle por donde subimos y disculparán tanta falta de precisión pero aquel día de septiembre de 2011 estaba con un soroche de órdago y el mareo hacía que se me escapen algunos detalles, o no tuviera gana alguna de apuntarlos en la libreta. Lo que ocurriera primero.

Como sea, estábamos en lo más alto de lo alto y al final del camino se veía una solitaria casa.

Al estacionar apareció un caballero bajo y bien comido, de unos cincuenta años. “Torres” dijo al darme la mano con actitud segura. “Aldo”, respondí, aunque casi ni me vio pues fue de frente a abrazar a los amigos del Centro Bartolomé de las Casas -CBC- que nos acompañaban.

La familiaridad era porque Torres, es decir, don Vicente Torres, formaba parte del proyecto de iSur Formación y Fortalecimiento de Redes de Productores en el Distrito de Ccatcca y el equipo del CBC era el coejecutor del mismo.

Es más, si estábamos ahí era porque hacíamos un recorrido conociendo a algunos de sus socios y Vicente era el último y más alejado de todos. No solo de ese día, sino de entre todos los socios del mismo.

Vicente tenía 56 años en ese momento y formaba parte de la Red Cachira que contaba con 10 productores. Su Red era –es- la más distante de las zonas centrales del proyecto. Todos sus integrantes están localizados en la zona más profunda y alta del valle y no en vano el viento frío pegaba con fuerza mientras estuvimos ahí.

Alrededor de su casa, que era una construcción típica de adobes, el pasto de las laderas de los cerros permitía que vacas y caballos se alimentarán en libertad. Todo un sueño bucólico de animales apacibles comiendo lo que la naturaleza brinda. Sin embargo, algo llamaba la atención.

Detrás de la casa, un área considerablemente amplia de pasto verde, largo y tupido, se mecía suave cuando el viento arreciaba. Era un espectáculo realmente bello que, para una imaginación desenvuelta, podía semejar una danza pero por sobretodo contrastaba con el amarillo y pajoso pasto de altura que puebla, de forma natural, los cerros altoandinos.

“Son pastos especiales, regados por aspersión, para mis cuyes. Así los alimento mejor” comentó Vicente y empezó un corto paseo entre la hierba para presentar a su nuevo orgullo y manifestar tácitamente su rol de anfitrión.

Por supuesto, mientras él comentaba en términos prácticos la función del pasto y la inversión realizada para poner el sistema a punto, yo pensaba en lo ridículas y citadinas que podían ser mis analogías de pastos, vaivenes y danzas casi orquestadas. Me hizo recordar cuando le pregunté a un campesino por el nombre de su perro y me contestó seco “Perro”. Cancelado, pero parte del goce de viajar es que te cancelen un poco. Ojo.

Después de este examen de conciencia, Vicente nos llevó a su galpón.

Ese mismo día habíamos visitado la Red Queroroa, formada en exclusiva por mujeres, y vimos el trabajo hecho con ellas por el proyecto. Era básicamente igual que el de Vicente pero las dimensiones de la inversión de las señoras eran bastante más pequeñas a la vista. Estaba alucinado.

El galpón de Vicente podía albergar hasta 500 cuyes y, al ojo, se notaba que se estaba muy cerca de poner el aviso de No Hay Vacantes en la puerta pues cada corral estaba repleto. Cuyes adultos y gazapos -las crías, que deben mantenerse alejados de los adultos mediante el uso de unas rejillas que los confinan denominadas gazaperas- poblaban el lugar.

Al preguntarle a Vicente por las dimensiones del galpón y qué lo animó a invertir tanto en él, nos comentó que el negocio de los cuyes estaba resultando tan bueno que se había animado a apostar con fuerza por él. Incluso tenía ya en sus inicios el proyecto de construir otro galpón similar en el  lado opuesto de la casa.

En total, si todo iba bien, iba a tener capacidad para albergar a cerca de mil cuyes en simultáneo. Cuyes que, como nos mostró, poseían el peso y medida dignos de ser todo un éxito en el exigente mercado cusqueño, a donde es enviada la producción.

Torito: Balanza pesando cuy de 1.5kg.

Dentro de esa línea, y no se si por gracia o para hacer una nueva demostración de puro orgullo, nos mostró un cuy enorme que llegaba al kilo y medio de peso. Más que un roedor, el animalito era un verdadero toro, aunque aclarando que era demasiado grande para lo que el mercado demanda –entre 800 y 1200 gramos-.

Al regresar nuevamente hacia el campamento de iSur en Tinke, con el cerebro más lúcido y menos asorochado como para poder ver la hermosura del paisaje rural que nos rodeaba cerca de la casa de Vicente –sinceramente uno de los más bonitos que he visto por el lado cusqueño de la Interoceánica Sur-, resultaba increíble pensar que un proyecto sea capaz de despertar en alguien una visión de negocio tan clara.

Vicente es sin duda lo que se califica como un emprendedor. Alguien que ve una oportunidad y la toma, asumiendo el riesgo de fracasar, pero con el ánimo seguro  de triunfar.

La forma como hablaba de la oportunidad que se creó con las redes, que les permite por ejemplo adquirir al por mayor productos para la producción, era la materialización de los objetivos de cualquier proyecto: Abrir la visión a la personas y generar oportunidades.

El proyecto de cuyes de iSur ya cerró y gracias a él se crearon 13 redes empresariales en Ccatcca; se han generado ventas conjuntas por 217 mil soles el 2011 –q son 11 315 cuyes vendidos-; y se construyeron 133 galpones que permitirán producir potencialmente más de 230 mil crías anuales. De esos 133 galpones, 2 son de un magnate cuyero, nuestro amigo Vicente Torres, y están ubicados en una valle hermoso que, desde la vía, espero poder reconocer porque nunca logré saber su nombre.

Acerca de Comunicaciones iSur

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